¿POR
QUÉ DEBEMOS MOVERNOS?
Al aumentar la edad, nuestro
organismo experimenta una disminución del repertorio motor y de los reflejos,
haciendo que descienda el tono muscular y favoreciendo la descoordinación y a
la discapacidad motriz (Moreno, 2005), a
la vez que afecta a una serie de cambios en el sistema respiratorio, cardiovascular y metabólico
(Izquierdo, 1998). El envejecimiento
se relaciona con alteraciones histologías sobre el tejido conjuntivo,
provocando cambios mecánicos en la
actividad funcional de nuestras articulaciones.
La práctica regular de actividad física tiene
una función reductora sobre los cambios negativos que se producen sobre
nuestros sistemas, a la vez que nos ayuda a prevenir enfermedades, otorgándonos
mayor capacidad de independencia.
ARTICUACIONES
El ejercicio físico hace
que los tejidos conjuntivos que forman nuestras articulaciones sean capaces de
soportar amplitudes de movimientos creadas por el sistema músculo esquelético,
favoreciendo la cantidad y organización de nuestras fibras (colágenas y
elastinas) y GAG (glucosaminoglicanos), viéndose afectado estos componentes por
el envejecimiento, produciéndose con el paso de los años una ralentización del
ritmo de sustitución y reparación (Buckwalter, Woo, Goldberg et al., 1993).
La inmovilización o la
poca movilidad de una articulación, hace que las estructuras y la función de
los tejidos muestren alteraciones negativas, restando la capacidad de
producción de fuerza (acusada a una atrofia muscular) y reduciendo la
resistencia mecánica del tejido, como puede ser la capacidad de tracción de los
ligamentos(Hayasbi, 1996). A nivel bioquímico, los primeros cambios que se
producen tras la inmovilización, se desarrollan en cuestión de días.
Los tejidos óseos y
cartilaginosos también se ven afectados por la no movilidad, perdiendo masa,
volumen y capacidad de resistir cargas, tras la reducción del estrés al que se
le somete.
Esto nos hace
recapacitar sobre la importancia que tiene para las estructuras corporales, la
realización de actividad física. Por eso cuando se finaliza el periodo de inmovilización
de alguna articulación, es imprescindible el proceso de
rehabilitación-readaptación basada en el movimiento, ayudando a la recuperación
de la fuerza y estabilidad de las estructuras.
SALUD
ÓSEA Y MUSCULAR
La actividad física
durante la niñez y la adolescencia tiene un papel imprescindible para mantener
una masa ósea “sana” en la edad adulta. Esto es importante tenerlo en cuenta ya
que la fragilidad ósea (riesgo fractura) y la desmineralización aumenta con la
edad. Se ha comprobado que el estrés producido por la práctica de actividad
física, ha mejorado la densidad mineral en diferentes zonas corporales
(Slemenda y al., 1991). Las actividades
de bajo impacto pueden ser beneficiosas para personas con patologías
osteoarticulares, ya que mejorará su movilidad y la vascularización del
cartílago durante la actividad, mejorando el aporte de nutrientes (Hartman et
al., 2000).
La sarcopenia muscular
(atrofia muscular) se incrementa con el paso de los año, siendo una de las
causas, la disminución de actividad física realizada. Esto hace que se reduzcan
la capacidad de producir fuerza máxima, dificultando alguna de las tareas que
antes éramos capaces de hacer. Por ello el entrenamiento de fuerza nos servirá
como medio de reducción de la perdida muscular, y una forma de mejorar nuestra
calidad de vida.
SISTEMA
CARDIOVASCULAR
Lo salud cardiovascular
se encuentra directamente relacionada con los factores que definen nuestro
estilo de vida, siendo fundamental el nivel de realización de actividad física
(Márquez,
Rodríguez, et Abajo, 2006). La falta de esta actividad es un factor de riesgo
modificable, el cual disminuye la probabilidad de sufrir enfermedades
coronarias cardiacas (Marcos Becerro et Galiano, 2003).
Diferentes estudios han
demostrado que personas con un nivel de actividad física regular y una buena
condición física, reducen los riesgo de padecer patologías relacionadas con
sistema cardiovascular.
El ejercicio físico
regular, mejora los niveles de lípidos y lipoproteínas plasmáticas en sangre. León
y Sánchez en 2001, estudiaron los efectos del ejercicio aeróbico sobre los
lípidos sanguíneos, obteniendo como resultado una mejora del perfil de lípidos
en sangre, relacionándose más con el volumen del ejercicio aeróbico que la
intensidad.
El tener una vida
deportiva activa, también tiene influencia positiva sobre las enfermedades
isquémicas, ya que mejora la vascularización del miocardio y la estabilidad de
impulsos eléctricos del corazón (Bouchard y Despres, 1995). Si nos basamos en
el estudio realizado por Lowther y cols. (1999), observamos como la realización
de actividad física y el riesgo de padecer alguna enfermedad coronaria son
inversamente proporcional, por lo que disminuye sus efectos.
La hipertensión es una de
los patologías más comunes en nuestra sociedad, y con mayor influencia sobre
funcionamiento de nuestro corazón. A pesar de que el incremento de la actividad
por si sólo no sea suficiente para regular la presión sanguínea, debemos tener
en cuenta sus efectos en personas hipertensas. Puede disminuir una media de 5,3
mmHg en la presión sistólica y 4,8 mm Hg en la diastólica (Fagard, 1995). El ACSM
(1993), certifica que la práctica de ejercicios aeróbicos en personas con riesgo
de padecer hipertensión, disminuirá el aumento de la presión sanguínea que se
podría dar con el tiempo. Esto podría ser usarse como estrategia no
farmacología para evitar dicha patología.
Estos datos nos permiten afirmar que la actividad física
es tanto una medida de rehabilitación en pacientes con algún tipo de patología
coronaria, como una forma de prevenirla.
CÁNCER
En los países desarrollados, el cáncer se ha establecido
como una de las principales causas de mortandad (Marcos Becerro et Galiano, 2003). Una mejora las funciones
inmunitaria, síntesis de las prostanglandinas, el mantenimiento de los niveles
hormonales o la disminución del transito digestivo de los alimentos, se pueden
conseguir a través de un incremento de la actividad física, disminuyéndose la
probabilidad del desarrollo tumoral.
En cuanto al cáncer de
colon se refiere, la práctica deportiva reduce sus riesgos en un 40-50%. En el
metanálisis realizado por Thune y Furber en 2001, se revisaron 48 investigaciones,
donde se concluyó una relación inversa entre actividad física y cáncer de
colon. Este efecto se observo en intensidades moderadas (superior a 4,5 METs).
Los cambios hormonales
producidos por la actividad física en
mujeres de la tercera edad, también pueden ayudar a prevenir el cáncer de mama.
Se observó una disminución del riesgo de padecerlo en mujeres posmenopausicas
que mantienen un nivel de actividad frente a aquellas que mantienen un estilo
de vida sedentario.
CONCLUSIÓN
Basándonos en la ciencia, vemos como con el simple hecho
de no tener una vida sedentaria estamos mejoran nuestra calidad y esperanza de
vida, a la vez que mejoramos la capacidad de prevención de enfermedades de
nuestro cuerpo.
BIBLIOGRAFÍA
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